LOS POSEIDOS DE ILFURT O EL DEMONIO EN UN CASO VERIFICADO

illfurt[1]

 

 

EL DEMONIO EN UN CASO VERIFICADO - PARTE 2ª

 

 

En otra ocasión repitió igual música.

  • ¿Por quién tocas? -le preguntaron.

  • Por Gregorio Kunegel -respondió, y añadió detalles del estado del enfermo, sus vestidos, personas que le cuidaban, etc., etc.; todos resultaron exactos. El enfermo murió al día siguiente.

  • Tanto se esforzó el endemoniado para tirar de la cuerda que quedó rendido y bañado de sudor.

El Sábado anterior al tercer Domingo de Cuaresma anunció para el día siguiente la llegada de centenares de extranjeros a Illfurt, porque había corrido el rumor de que los endemoniados se habían librado de Satanás. Efectivamente, el Domingo fue extraordinario el número de visitantes. Por la noche el Demonio se mostraba muy satisfecho y lanzaba gritos entusiastas porque con el falso rumor que el mismo había cuidado de divulgar consiguió que muchos, para satisfacer la propia curiosidad, quedaran sin misa.

Hablaba de sucesos ocurridos veinte, treinta y hasta cien años atrás, con tal seguridad y tal precisión que se podría haber tenido por testigo presencial.

En Enero de 1.869 nombraron al Señor Tresch Alcalde de Illfurt. En el pueblo aún no lo sabían y ya el endemoniado le daba el título de “Señor Alcalde”. Poco antes de nombrarle, el pequeño dijo a su madre:

  • Estoy tan furioso que casi reviento.

  • ¿Por que? -pregunto la buena mujer.

  • Porque ese asqueroso ha sido elegido Alcalde; la rabia nos devora a mi y a los míos.

Hablaba de está suerte en el preciso momento en que en la Prefectura de Colmar se efectuaba la designación.

Cuando el Señor Tresch entró, grito el endemoniado:

  • Eres un Eclesiástico, has estado en Siedlen (Einsiedeln, Nuestra Señora de las Ermitas, en Suiza).

  • Mientes -replicó el Señor Tresch.- Dime dónde he estado.

  • En Stadt.

  • ¿En qué Stadt?

  • En Sclett. (Schlettstadt – Selestado.)

Así era, en efecto. El pequeño agregó:

  • También has estado con los traperos (así llamaba a los PP. Capuchinos); les ha llevado dinero para que hagan andrajos (para que digan misas).

Realmente, el Señor Tresch había ido poco tiempo antes al Convento de Capuchinos de Dornach, cerca de Basilea, a encargar al P. Guardián dos misas para el libramiento de los endemoniados. En Illfurt nadie lo sabía, exceptuado el Señor Brobeck, que le acompañó.

Durante una crisis de extrema violencia el Demonio hizo saber que muchos Sacerdotes, cuyos nombres dada, lo propio que los de sus Parroquias, habían hablado de el al Señor Obispo y a la Autoridad Civil:

  • El cleriguillo de X... y el cleriguillo de Z... han escrito al gran clerizonte, el Capigorrón, y el Capigorrón ha enviado ya a Mulhouse la respuesta tocante a los dos perritos (los dos endemoniados).

Dirigiéndose a una de las Hermanas, añadió:

  • Tú, vocinglera, con tus bostas ensartadas como un rabo de gato (el Rosario), no pasarás tres noches aquí, en el cuartito de al lado.

Extraordinario fue el asombro de los presentes, de las Religiosas sobre todo, que no sospechaban cambio alguno de residencia. Aquella misma noche llegó del Convento para las Hermanas una carta en la que se les ordenaba que se despidieran de los enfermos y regresaron a Mulhouse antes de las cuarenta y ocho horas.

Cierto día el niño José dijo al Señor Tresch:

  • Voy a recordarte un episodio de tu juventud.

  • Una vez fuiste al bosque a cortar leña y una serpiente vino hacía ti arrastrándose.

  • ¿Qué hice con ella?

  • Cortarle la cabeza mientras invocabas los tres nombres (la Santísima Trinidad). ¿Sabes que entonces mataste a uno de mi pandilla? Si no lo hubieses dado muerte invocando los tres nombres te habrías extraviado en el bosque y nunca más hallado la salida.

El Señor Tresch lo recordaba perfectamente, y así lo manifestó.

Contaba a veces el endemoniado detalles relacionados con los comienzos del género humano, completamente conformes con el relato bíblico. Decía que había asistido a la tentación de nuestros primeros padres y a la destrucción de Sodoma y Gomorra -No tendrías necesidad -añadía- de chillar (rezar), o de soplar a través de la rejilla (confesarte), si yo no le hubiese cogido la manzana a Eva.

De vez en cuando hablaba de acontecimientos históricos muy antiguos:

  • Durante la guerra de los Suecos, no fue destruida la vieja pocilga (la capilla del cementerio); pero mataron al cleriguillo al pie del altar, precisamente mientras sostenía la Custodia. Un soldado que iba a decapitar a la Gran Señora, cayó atrás y reventó. Me lo llevé con otros muchos. La Gran Señora no tolera que roben en la pocilga.

  • Dio, asimismo, muchos detalles de crímenes horribles cometidos en tiempos pasados en Illfurt.

El día 12 de Marzo de 1.868, el Señor Tresch se hallaban en casa con los niños, muy sosegados. Súbitamente se presento el Maligno.

  • ¡Ya estoy aquí! -gritó con voz varonil, pero ronca y siniestra.

  • ¿De dónde vienes? -pregunto el Señor Tresch

  • De Casa Garell

  • ¿Quién es ese Garell?

  • Un encuadernador.

  • ¿De dónde?

  • Del lugar de aquellos que a veces vienen a verte. (Selestado.)

  • ¿A cuáles dos te refieres?

  • Al alto y al anciano

  • ¿Cómo se llaman?

  • Canisi (Señor Spies). No se el nombre del otro (Señor Martinot); me da asco.

  • ¿Qué has hecho en casa del encuadernador?

  • Pasé en ella todo el día. El iba a encuadernar un hermoso libro cuya lectura le gustaba. Yo me sentía a mis anchas; a su lado permanecí todo el día.

  • ¿Vive lejos del alto?

  • No; unas casas más arriba.

  • No vas nunca a casa del alto?

  • No, la puerta es demasiado baja para que yo pueda entrar.

  • ¿Qué hay, además, que te da miedo en casa del alto?

  • La Gran Señora de la fachada.

  • ¿Y del anciano, qué?

  • Nada quiero saber de éste; me da muchísimo asco.

  • ¿Tampoco vas nunca a su casa?

  • ¡No, no, lleva algo encima que me lo impide!

  • ¿Es, por ventura, el Crucifijo que le viste aquí?

  • No, es otra cosa que el cleriguillo muestra elevándolo, y que me pincharía si iba a su casa.

Se trataba de una reliquia de la Vera Cruz, guardada en un relicario de plata en forma de Cruz.

Cuando el Señor Spies supo por el Señor Tresch lo tratado en está conversación, fue inmediatamente a ver al encuadernador Garell, que vivía en la Calle de los Caballeros, cerca de su casa, y le preguntó si tal día leyó un libro que le llevaron para encuadernar. El Señor Garell, que no lo recordaba con exactitud, miró su libro registro y vio que, en efecto, el día indicado encuadernó una Biblia protestante para el Pastor de Salestado, y de ella leyó diferentes fragmentos. Entonces el Señor Spies mostró la carta de Illfurt.

El encuadernador exclamó, como herido por el rayo:

  • ¿Por qué razón el Diablo ha de ocuparse de mi?

El Señor Martinot, que acompañaba al Señor Spies, explicó al encuadernador que no debía sorprenderle si tenía presente la Doctrina de la Iglesia, según la cual el Demonio anda rondándonos como león rugiente y buscando a quien devorar. Y le habló más extensamente de la naturaleza de los espíritus infernales, y de su misteriosa influencia en los destinos del hombre.

Tampoco ocultaba el Demonio su sentir político. No le era grato el Emperador Napoleón III, seguramente porque, a la sazón, mantenía buenas relaciones con el Papa. Por el contrario, a ratos manifestaba sus preferencias por el régimen republicano, porque a menudo saludaba a los visitantes de este modo: “Libertad, Igualdad, Fraternidad. ¡Viva la República!”

¡Tú estás loco! ¡No sabes lo que hablas! -dijo el Señor Spies, y preguntándole: ¿Por qué dices esto?

  • Si que sé lo qué me digo -replico- ¡Viva la libertad, la igualdad, la fraternidad! Para nosotros este es el mejor tiempo.

El día 24 de Julio de 1.798, el Tribunal Revolucionario de Colmar condenó a muerte al Abate Juan Bochelen, Vicario de Seppois-le-Bas, oriundo de Colmar. El motivo aparente había sido la transgresión de la ley sobre emigración; el motivo real, el odio a la Religión. Le fusilaron aquella misma noche en la cueva arenera, en las afueras de la Ciudad. Los amigos conservan como verdaderas reliquias objetos que pertenecieron a aquel Confesor de la Fe; la familia Bochelen recibió, entre otras cosas, la camisa ensangrentada.

El 28 de Julio de 1.842 un incendio violento destruyó muchas casas en Illfurt; entre ellas fue presa de las llamas la de la familia Bochelen. Sin embargo, pudo salvarse una caja que contenía el cáliz, cartas, el breviario y otros objetos del Sacerdote fusilado por los revolucionarios; pero la reliquia más preciosa, la camisa ensangrentada, desapareció; sin duda alguno la había robado.

Las pesquisas que se practicaron no dieron el resultado que deseaba. Un día el Profesor Lachemann preguntó a Teobaldo:

  • Escucha, Teobaldo, ¿conoces a Bochelen?

  • ¡No me hables de este Ritter-Stritter (Caballero Combatiente) -respondiendo el endemoniado.- No quiero oír hablar de el. Dentro de treinta años, cuando le desentierren, demasiado se hablará de el.

  • Treinta años después, en 1.897, se edito un libro, escrito por el Señor Cura Soltner, sucesor del Reverendo Brey, titulado: Juan Bochelen, el último mártir de la gran Revolución en Alsacia. La obra se salvó del olvido la memoria de aquel héroe y glorificó de nuevo sus admirables virtudes. Delante de la nueva Casa Rectoral se erigió un magnífico monumento al Noble Confesor de la Fe; un medallón de cobre, inscrustado en el zócalo, representa la escena de la ejecución.

  • Algunos días después de la visita del Profesor Lachemann, un nieto de la familia Bochelen preguntó al mismo endemoniado:

  • Teobaldo, ¿qué se ha hecho de la camisa de Bochelen?

  • ¡Cállate! -grito el muchacho, un buen mozo (al decir del Diablo) la robó (cuando el incendio), de no ser así, más tarde la habrían convertido en cápsulas de héroe (reliquias).

 

NUEVAS ARTERÍAS

 

Muy triste era la suerte de los pobres niños. El espíritu infernal les torturaba espantosamente, en especial cuando estaba enfurecido por causa de alguna medalla o de cualquier otro objeto bendito. Entonces el endemoniado no tenía miramientos por nadie; estropeaba o rompía cuanto le caía en manos. Si alguno intentaba oponerse a viva fuerza a esa tarea destructora, resistiéndose el endemoniado con suma violencia y era muy difícil el empeño de someterle.

En distintas ocasiones manifestó el Demonio que más hubiera preferido residir en el cuerpo de un hombre fuerte de edad madura, porque entonces no podría dominarse tan fácilmente; pero como residía en el de un niño no tenía derecho de usar fuerza mayor que la permitida por la edad del muchacho.

Satanás se quejaba particularmente del Señor Tresch que iba todos los días a visitar a los endemoniados: -Tengo aún una cuenta pendiente con éste- dijo un día así que el Alcalde se hubo marchado. Poco tiempo después una de sus vacas rompiéndose una pierna. -Esto para comenzar- dijo el Diablo, cosa más fuerte seguirá.

Algunos días después muriendo dos becerros.

  • Que vaya apuntando -rezongó el Demonio- y no ha terminado.

Transcurrió bastante tiempo sin ocurrir otro accidente hasta que un día el Alcalde cayó en la escalera y se rompió el antebrazo. Mientras la desgracia sucedía, el Demonio la contaba con tono burlón a los presentes.

Durante el mes de Marzo de 1.868 el Señor Tresch compró un cerdo. Hasta entonces la bestia había estado bien. Desde el día siguiente al de la compra perdió el apetito, la pobre bestia desmejoraba. El veterinario no supo hallar dolencia. Ocurriéndosele al Alcalde una idea que puso en seguida en ejecución. Colgó en la pocilga una medalla bendita de San Benito; la bestia curó instantáneamente y comió como antes. En la primera visita que hizo después el Señor Tresch a la casa Burner, el Demonio declaró:

  • Ahora sí que he perdido el derecho de entrar en tu casa; nos vemos obligados a dar vueltas por encima del tejado desde que colocaste aquella porquería en la pocilga.

El mal espíritu, de tiempo en tiempo metía ruido en otras casas de Illfurt, especialmente en la de Benjamín Kleiber. Sometía esta pobre gente, que más de una vez debió llamar al Señor Cura para exorcizase la casa y el establo. Las familias Brobeck y Zurbach también eran a menudo víctimas de las iras del Maligno.

Este, a media noche armaba un alboroto infernal y al día siguiente les decía: “¡Eh, qué tal! ¿Me habéis oído esta noche? ¡Vaya una algaraza con que os he obsequiado1”

Se mostraba muy enfurecido contra cuantas personas se interesaban por los endemoniados y aprovechaba toda ocasión para causarles daño. En dos noches hizo perecer las abejas de veinte colmenas pertenecientes a los Brobeck; las abejas tenían la cabeza cortada. Como Satanás confesó que operación tan extraña era obra suya, el Señor Brobeck hizo bendecir el colmenar y esta ceremonia paralizó inmediatamente el poder del espíritu destructor. “No pudo seguir saciando mi odio- exclamó gimoteando, -las muecas del cleriguillo han neutralizado mi poder de perjudicar.”

En otra ocasión divirtiéndose el Demonio vaciando gran cantidad de nueces de la propia familia Brobeck; particularidad notable, encontraron las cáscaras completamente cerradas, sólo presentaban ligera rozadura.

Una vecina, llamada María-Ana Kleiber, disponiéndose a cortar rebanadas de pan para la sopa. Su hermana mayor, Catalina, que estaba sentada a la ventana, vio escurrirse un ratón en el comedor:

  • ¡María-Ana! -grito- ¡un ratón! ¡mátalo!

Haciéndolo la pequeña; pero en el mismo instante se le entorpecieron las piernas y quedaron como paralizadas.

Sospechó Catalina que fuese el accidente cosa del Demonio, y queriendo saber a que atenerse fue a consultar a los endemoniados. Estos, no bien la divisaron, dijeron a gritos:

  • ¡Eh! ¡ratón!

De este modo revelaron el secreto sobre el cual la muchacha iba a preguntarles.

A los tres días de sufrir atrozmente la pobre María-Ana, su familia decidió hacer bendecir la casa; la enferma frotándose con agua bendita y quedó perfectamente e instantáneamente curada.

El Diablo se complacía mucho viendo figuras de perros o de serpientes. A menudo, con lápiz o tiza dibujaba ejemplares curiosos: -De estás especies -decía-, los tenemos en el infierno; son nuestros patronos.

Un día Teobaldo quejándose amargamente a la Hermana que le cuidaba.

  • Hermana -le dijo,- tengo piojos.

Examinándole la Hermana atentamente y en la cabeza del niño encontró incontables parásitos rojos. Con otras tres personas se puso a limpiarle la cabeza ayudándose de peine y cepillo. Pero cuantos más destruían más quedaban.

  • Espera, Satanás; voy a echarte con tus asquerosos piojos.

Con agua bendita roció la cabeza del niño, mientras decía:

  • En nombre de la Trinidad Santísima te mando que dejes a mi hijo.

Instantáneamente desapareció la miseria.

Igual admirable resultado obtuvo empleando el mismo medio con José, que comenzaba a quejarse de tan sucio mal.

Cuando llegaba algún visitante que no traía encima ningún objeto bendito, regularmente paraba el reloj y el Demonio se burlaba de él. Un día pregunto el Señor Tresch por qué no le jugaba a el la misma pasada, y el Demonio le respondió:

  • Si pudiese lo haría

Durante el verano de 1.868 gozaron los niños buen período de calma. Cuando se reprodujo la crisis el Señor Tresch preguntó al Maligno.

  • ¿Donde has estado este verano?

  • He tenido mucho que hacer

  • ¿Has estado en España? (Había estallado la revolución, que destrono a Isabel II)

  • Si; allí precisamente hemos tenido mucho trabajo. Por fortuna no han escaseado las caídas (apostasías).

  • ¿Cooperaste a las asechanzas contra la reina?

  • ¡Toma! ¡Ya lo creo!

  • Porque allí en cada casa, o poco menos, hay un cleriguillo.

  • ¿Tantos hay? ¿Más que aquí?

Luego dijo el Demonio al Señor Tresch:

  • Si yo conseguía ganarte a ti y al creriguillo de aquí podría quedarme. Pero tú eres muy duro de pelar, lo mismo que el Spitz (Spies) de Selestado y el gran vocinglero (Martinot).

  • Responde, ¿no es verdad que la Santísima Virgen me protege y asegura mi perseverancia?

  • ¡Cállate, silencio! -chillo irritado.

En otra circunstancia confesó el Diablo que había ayudado en la perpetración de crímenes a Troppmann, el famoso bandido autor de muchísimos asesinatos.

 

EL MARTIRIO DE LOS NIÑOS

 

La triste situación de los dos endemoniados constituía para éstos verdadero martirio. Sólo el verles inspiraba lástima y horrorizaba.

Durante los dos primeros años, casi constantemente debieron de guardar cama. Dos o tres veces cada hora cruzaban las piernas de un modo completamente anormal, enlazándolas como hilos de un cordel y manteniéndolas tan apretadas que era imposible separarlas. Luego, súbitamente se desenlazaban con la rapidez del relámpago.

A veces arqueaban el cuerpo apoyándose en el suelo con la cabeza y los pies y levantaban muy alto el vientre. Ninguna presión era capaz de devolver al cuerpo su posición natural, hasta que Satanás se dignaba dejar en paz a su víctima.

A menudo, estando los niños en cama, volvían hacia la pared y con muecas diabólicas respondían a quienes les hablaban o querían distraer. Si se ponía un rosario sobre uno de los endemoniados dormido desaparecía instantáneamente el niño debajo de las sábanas y no reaparecía mientras no se quitaba el rosario.

En otras ocasiones estaba el endemoniado sentado en una silla; una fuerza misteriosa les levantaba y ya en el aíre los dejaba caer violentamente; la silla volaba por un lado y el niño por otro.

Hasta la Señora Burner, cierto día que estaba sentada en un banco al lado de su pequeñito, fue con éste levantada y lanzada a un lado, sin que sufriera daño alguno.

A veces se hinchaba el cuerpo de los endemoniados como si fuese a reventar; entonces aquellos infelices echaban por la boca espumajos, plumas y fucos.

A menudo tenían las ropas cubiertas de esas plumas, que apestaban toda la casa.

En el patio o en el huerto, los endemoniados se encaramaban, ágiles como gatos, en las menores ramitas y nunca las rompían.

De tiempo en tiempo sentían en la habitación de las infelices criaturas calor atroz, insorportable; sin embargo, no había en ella chimenea. Cuando alguno manifestaba su sorpresa, el Diablo exclamaba riendo:

  • ¿Caliento bien, eh? ¿Verdad que en mi casa hace calor?

La madre dormía en la misma habitación que sus hijos; cuando el calor se le hacía irresistible levantándose de la cama para rociarla con agua bendita. Inmediatamente reaparecía la temperatura normal y entonces podía entregarse al descanso.

Lo mismo que la madre experimentaron las Hermanas enfermeras.

¿Cuál será, pues, el fuego del Infierno encendido para torturar a los ángeles rebeldes? Esto hace pensar en las palabras del profeta: ¿Quién podrá habitar en un fuego devorador? ¿Quién podrá morar entre los ardores sempiternos?

Trabajo muy pesado tenían las buenas Hermanas de Niederbronn, Severa y Métula, con el cuidado de los endemoniados. Ya manos invisibles arrancaban las cortinillas de las ventanas y éstas, no obstante estar bien cerradas, se abrían con rapidez vertiginosa; ya sillas, mesas y otros muebles eran derribados y arrastrados por el maligno espíritu; ya conmovían toda la casa como sacudida por violento terremoto.

Presentándose un Sacerdote o algún Cristiano fervoroso, inmediatamente los endemoniados se arrastraban hacía debajo de la cama o de la mesa, cuando no saltaban por la ventana. Al contrario, cuando otros fieles llamados cristianos liberales iban a visitar a los enfermos, éstos daban muestra de vivo gozo y decían:

  • ¡He aquí uno de los nuestros! ¡Todos deberían parecérsele; entonces estaríamos muy contentos!

Después que Teobaldo hubo llegado al establecimiento de San Carlos, estuvo quieto el Demonio durante tres días. Pero el cuarto, a eso de las ocho de la noche gritó:

  • ¡Estoy aquí y muy enfurecido!

  • ¿Quién eres? -pregunto la Hermana enfermera.

  • Soy el Príncipe de las Tinieblas

Su voz parecía a los mugidos de un toro al estrangularlo

Desde entonces cuando el muchacho se encolerizaba ofrecía un aspecto aterrador. No tenía miramientos por nadie, ni siquiera por su madre.

Rasgaba sus ropas, rompía cuanto le venía a las manos, hasta que se conseguía dominarlo.

Si le daban un vestido con una medalla cosida entre la tela y el forro, se apresuraba a separar éste y sacudir el vestido para que le cayese la medalla.

Ensordeció de tal manera que un día que el Superior, Monseñor Stumpf, hizo un disparo de pistola casi tocándola la oreja, exclamó:

  • ¡Oh! ¡el tunante! ¡quiere disparar y no lo consigue!

Monseñor Stumpf llegó un día en carruaje acompañado de un Sacerdote de Estrasburgo para ver al enfermo. Precisamente Teobaldo se hallaba tamborileando en los cristales de la ventana y vio el coche a cierta distancia.

  • ¡Hola! -exclamó- ya está aquí el lodoso. Voy a jugarle una mala pasada.

Dos segundos después se desprendió una rueda; los dos visitantes debieron apearse y seguir a pie.

Ocupándose principalmente el Espíritu Infernal en gastar irritantes jugarretas a otros, en torturar a los “perritos” (Teobaldo y José) y martirizarlos despediadamente. Esto debía durar más de cuatro años, porque en la Capital había muchísimas personas que no querían creer en las posesiones demoníacas, a pesar de la primera información oficial. Unos meses después se hizo una segunda que debía poner término a tan doloroso martirio mediante el rescate definitivo de las dos pobres víctimas. Pero, no anticipemos.

Un día, un Oficial de un Regimiento de Africa, de guarnición de Mulhouse, acuciado por la curiosidad fue a visitar a los endemoniados. Estos, al ver al bizarro Oficial, en el más puro francés le hicieron un examen de conciencia tan preciso y tan detallado dejando mucho de estupor al militar, que huyó más que deprisa y se convirtió seriamente.

Escenas análogos se repitieron con un Inspector de las Escuelas de Mulhouse y otros dos vecinos de esta Ciudad que fueron a Illfurt para curiosear. Las extravagancias del Demonio les convirtió en excelentes Cristianos.

El 3 de Marzo de 1.868, un martes por la mañana, Burner padre se dirigió al mercado de Mulhouse. Apenas llegó a la Ciudad, un muchacho, vendedor ambulante de hilo y agujas, conocido en toda la región, acercándosele y le reprochó duramente:

  • Tú eres la causa de la desgracia de tus hijos; te sirves de ellos para explotar la credulidad pública.

Y en el mismo tono prosiguió durante largo rato. El pobre Burner se defendió lo mejor que supo, mas no logró convencer a su interlocutor.

De vuelta a casa oyó de lejos al endemoniado que le gritaba:

  • ¡Eh! ¡Cómo te ha regañado el pequeño vendedor! Te ha dicho que haces el charlatán con tus hijos!

  • ¿Era también uno de los tuyos? -pregunto el padre

  • Si, ya le tengo cogido en mi red

  • Entonces voy a rezar en seguida un Padre nuestro para él, al fin de salvarle, y no le guardaré rencor por su grosería

Burner se puso a rezar el Padrenuestro e inmediatamente Satanás comenzó a lamentarse:

  • ¡Madición! Mi red se ha rasgado y el muchacho se me escapa

Un día de abstinencia, Teobaldo reclamó carne imperiosa, y dijo en buen francés:

  • Ve a buscarme carne o salgo por la ventana

En días ordinarios nunca se le había ocurrido pedir carne

La Oración le horrorizaba

El Señor Tresch trajo un día un manual de preces antiguo, del año 1.646, que contenía algunas fórmulas enérgicas contra los malos espíritus. No bien lo hubo abierto, los endemoniados la colmaron de toda clase de injurias.

  • ¿Como? ¿Esas tenemos? -dijo entonces el Señor Tresch, -pues bien, ya que tú comienzas, yo continuaré

Saltaron los endemoniados sobre la cama gritando:

  • Siempre vienes con esos viejos, esos sucios librotes

Y Teobaldo añadió:

  • Me sacas de mis casillas; no quiero oírte más; me vuelvo loco; que me lleven a Stephansfel (manicomio próximo a Estraburgo).

Aparentaron echarse sobre su contrario, morderle, arañarle. El Señor Tresch tendiéndoles la mano incitándoles a que le hiriesen si se atrevían. Dieron golpes; pero nunca en la mano, ahora a un lado de esta, ahora a otro.

Por lo demás, los endemoniados muy raramente conseguían ejecutar sus proyectos contra sus contrarios. Sin embargo, un día, en S. Carlos, Teobaldo arañó ligeramente al Abate Schrantzer, que le contradecía. Este no dio importancia a la herida, que, por otra parte, no le molestaba. Pero al día siguiente se le hincho desmesuradamente el dedo y la herida le hizo sentir violentos dolores; entonces asustándose y se lavó la lesión con agua bendita. Al otro día el dolor y la hinchazón habían desaparecido.

En otra ocasión, Teobaldo cogió una silla y la arrojó contra el propio Abate Schrantzer. Poco faltó para que le diera en la cabeza. Como el muchacho iba a repetir, el Sacerdote le toco la mano con agua bendita. El endemoniado abandonó la silla y se marchó a un lado murmurando y refunfuñando.

 

EN EINSIEDELN

 

En Mayo de 1.868 mostraron los niños más perversidad que nunca y constantemente estaban furiosos. Usaban un lenguaje tan ordinario y a menudo grosero que el Alcalde, Señor Tresch, y el Señor Brobeck resolvieron llevar en peregrinación a Teobaldo a Nuestra Señora de Einsiedeln, para ver si aquel Santo sitio podía conjurar la terrible crisis. En Illfurt nadie conocía el propósito de dichos Señores.

Al día siguiente Teobaldo interpeló al Señor Tresch:

  • Tú y Lien (Párroco de Orschweiler, amigo y paisano del Párroco Reverendo Brey), queréis llevarme al otro lado de los montes. Esto no me gusta. ¿Cómo? ¿Yo debo entrar allí? (en el Convento de Einsiedeln). ¡Nunca, nunca jamás!

El pequeño dijo:

  • ¡Quiero casarme!

  • ¡Si, con el Infierno! -exclamo Teobaldo. -¿Y yo?

El Señor Tresch le contestó:

  • Tú iras a la boda, ¿puedo venir yo también?

  • Si -respondió Teobaldo, -tú y Lien

  • Y varios más -dijo el niño; pero, ¡ay de vosotros!, la montaña es alta

  • No me dan miedo tus amenazas -replicó el Señor Tresch

Nada podían saber los niños del viaje proyectado; sólo el Diablo podía conocerlo. El propio maligno espíritu hacía estar melancólicos y pensativos a los muchachos, y no lograba disimular la rabia que sentía.

Llegó el día de la partida. Salió Teobaldo con los Párrocos Reverendos Brey y Lien y los Señores Lachemann, Brobeck y Tresch y muy a disgusto subió al coche del tren. En Mulhouse encontraron a otros Señores que también se dirígían a Einsiedeln: Loetsch, Provincial de los Fréres de Marie, Klein, Jefe de Estación, y Weber, Sacristán de un Monasterio de Estrasburgo.

Durante el viaje estuvo el muchacho muy tranquilo, admiraba el hermoso paisaje, los lagos y montañas, comía y bebía como los demás. Al siguiente día de su llegada a Einsiedeln fueron los mentados Señores al Convento a pedir hora y se les dijo que a las nueve se hallasen en una sala que les indicó, donde les esperaría el P. Exorcista.

Algo antes de la hora señalada salieron de su hospedaje para el Convento, pero Teobaldo resistió con toda su fuerza. El Señor Lachemann le cogió resueltamente y lo condujo al sitio designado donde les esperaba el P. Laurent Hecht. Este hizo muchísimas preguntas al endemoniado, pero no recibió respuesta alguna. Poniéndose a rezar las preces del exorcismo y el niño comenzó a gritar fuerte y dar golpes. En vista del resultado negativo, invitándoles el P. a que volviesen a la una.

Cuando a esa hora se presentaron, el P. Hecht colocó la estola sobre el niño y comenzó las preces. El endemoniado oponía tal resistencia que a penas cuatro de dichos Señores bastaban para sujetarlo. Al cabo de un rato estuvo unos minutos como muerto en el suelo, mas de repente saltó con ligereza buscando la puerta; no pudo huir porque le tuvieron firme.

El día siguiente otro Religioso, el P. Nepomuceno Buchmann, renovó el Exorcismo sin que se lograra mejor resultado. El niño estaba terriblemente inquieto y exaltado. Luego el P. hizo que los presentes le acompañaran a una gran sala adornada con varios Jefes de Estado. Teobaldo los miró con gran interés y decía que eran Soldados. El que más le gustó fue el retrato del Rey de Prusia. Al pasar ante el de Pío IX bajo la cabeza. El P. Buchmann se la levantó, mas entonces el niño cerró los ojos. El Religioso dijo:

  • Esto me basta

El Miércoles y el Jueves le llevaron a la Capilla ante el cuadro de la Virgen tan renombrado. Mientras los presentes rezaron cinco Padrenuestros y cinco Ave Marías estuvo temblando el cuerpo de Teobaldo; cabeza y manos se movían continuamente. No dejaba de mirar a la puerta con intención de escaparse, y en cuanto comenzaban un nuevo rezo bajaba la cabeza. A la salida les costaba gran trabajo retenerlo, tanta prisa mostraba. ¡Cuánto miedo, que espanto debe sentir Satanás ante la imagen de Nuestra Señora, la Reina del Cielo!

De nuevo intentaron los Religiosos librar al endemoniado; pero también inútilmente. Entonces aconsejaron a los acompañantes de Teobaldo que acudieran al Prelado para que este designara a un Sacerdote expresamente para la Ceremonia Solemne y Oficial del Exorcismo. El mismo consejo les había dado ya un P. Capuchino de Dornach, cerca de Basilea. En una carta de recomendación que el Padre Laurent dió al Reverendo Brey se afirmaba el verdadero carácter de posesión demoníaca de Teobaldo.

El muchacho emprendió contentísimo el viaje de regreso. Como a la ida, estuvo quieto y tranquilo.

En Illfurt permaneció catorce días sin hablar palabra.

El día del Corpus llevaron a la Iglesia a los dos niños. Repitiéndose la misma escena de la Capilla de Einsiedeln. Después del Oficio el Señor Tresch se los trajo a casa. De ningún modo querían permanecer en ella. El Alcalde mojó con agua bendita la cerradura y así se les pasaron las ganas de marcharse. Luego los condujo ante una imagen de Nuestra Señora que tenía en su dormitorio, pero no quisieron mirarla.

 

CONFESIONES DE SATANÁS

 

Cuenta el Señor Martinot en una de sus cartas que el Alcalde de Illfurt obligó a uno de los endemoniados a que confesara cuál era la verdadera Religión. El niño exclamó:

  • La tuya, para que lo sepas; las demás son falsas

  • ¿Pero cómo es posible que tú confieses tal cosa? -añadió el Señor Tresch

  • Los tres de arriba me fuerzan. También he de decirte que nosotros carecemos de poder sobre los que piensan y obran como tú. Nada podemos contra los que se confiesan y comulgan dignamente, que son devotos de la Gran Señora e invocan a ésta, que es también causa de nuestra desgracia. Nada podemos tampoco contra aquellos que francamente y sencillamente siguen la doctrina de Aquel a quien odiamos, que están fielmente adheridos al Padre de todos los perros (el Papa) y sometidos al magisterio de la Gran Pocilga (la Iglesia).

Como el Señor Martinot le preguntara su nombre, respondió:

  • Conozco mi nombre y el tuyo tan bien como tú; pero no te lo diré, tengo mis razones para ello. Si fueses judío te respondería en todas las lenguas.

El día siguiente el Señor Tresch le preguntó por qué la noche anterior se portó tan porfiada y groseramente con los dos Señores de Selestado.

  • No puedo soportar -contesto- al “Spitz”, y al otro tampoco. Este, que vive en Selestado, pero que es natural de otra parte (el Señor Martinot procedía del departamento de Meurthe), reza demasiado. Reza tanto como puede. Da todo lo que tiene a los pobres. No puedo sufrirlo. No me hables más de el.

Satanás no me mostraba nada cortés con el Señor Tresch. Un día dijo:

  • Eres un sórdido avaro, un miserable; nunca me das nada, ni siquiera las mondaduras de patata. Todo es para la Gran Señora y para su perro. Hasta en tu casa tienes a la Gran Señora y para su perro. Hasta en tu casa tienes a la Gran Señora con el perrito en las rodillas.

  • ¿Dónde está colocada la Gran Señora?

  • Encima de la puerta

  • Pero ésta no es la que tú temes

  • No, sino la que está en el armario pequeño y que tiene el perrito sobre las rodillas

Quería decir una Piedad que el Alcalde había recibido de una tía suya y por la que sentía especial devoción.

Un domingo por la mañana, mientras la campana de la Iglesia señalaba la elevación de la Misa, el Demonio se enfureció en gran manera. La Hermana le dijo:

  • Espera, pronto te obligarán a marcharte. ¿No podría echarte yo?

  • Tienes poca nariz -le contestó el Diablo burlonamente

  • ¿Entonces quién podrá hacerlo?

  • Carlos Brey -fue la respuesta

El Demonio que residía en el mayor anunció igualmente que se vería obligado a ceder en presencia de doce personas y que el menor (Teobaldo) recobraría entonces el odio. -Pero- añadió -opondré enérgica resistencia.

Más adelante veremos que, en efecto, fue terrible la que opuso el Demonio al Exorcista, y que la liberación se efectúo en presencia de doce personas.

Un Sacerdote Santo, antiguo Capellán de San Carlos, vino expresamente a Schiltigheim para hacer una visita a los endemoniados. Al entrar en la habitación saludó diciendo:

  • In nomine Jesu omne genu flectatur caelestium, terrestium et infernorum. Apenas hubo pronunciado estas palabras el niño se desplomó como una masa inerte, comenzó a gemir y a dar gritos de cólera, y arrastrándose fue a esconderse debajo de la cama.

El Sacerdote repitió aquellas palabras y mandó al muchacho que se acercase. Como el endemoniado se negó, roció con agua bendita el lugar donde aquél se encontraba. Inmediatamente, el niño, andando a gatas, se adelantó y lloriqueando comenzó a dar vueltas como una peonza sobre el pavimento, corriendo después a esconderse en un rincón apartado.

La Señorita María Spies, única hermana viviente del Alcalde de Selestado, fue igualmente a Illfurt. Con un dedo en el que llevaba una Medalla de San Huberto tocó a uno de los endemoniados, el cual exclamó:

  • ¡No me toques! ¡traes fuego, me quemas!

Y luego agregó:

  • ¡Hola! Las bombas no pudieron entrar en tu choza; la Gran Señora está allí.

Aludía el Diablo al sitio de Selestado en 1.814, durante el cual ni un solo proyectil alcanzó la casa de los Spies, que se libró también durante la guerra de 1.870.

 

EL MÉDICO INCRÉDULO Y EL MAESTRO TODAVÍA MÁS INCRÉDULO

 

Después que el Gendarme Werner hubo enviado su primera comunicación a la Prefectura de Mulhouse, el Subprefecto, Dubois de Jancigny, mandó inmediatamente a Illfurt al Médico Forense, Doctor Krafft, con encargo de que examinara detenidamente a los dos niños y le comunicase en debido informe su dictamen.

El Doctor Krafft era protestante e incrédulo. Con aire de mofa y en tono irónico preguntó a los niños y al Alcalde acerca del origen de la posesión demoníaca y las diversas manifestaciones de ésta.

  • ¡Bah! -exclamó después de oír las explicaciones, -aquí no hay Brujas ni Diablos; esto no es más que la enfermedad que llamamos “baile de San Vito”.

Los presentes asombrados en parte y en parte se disgustaron ante juicio tan sumamente ligero y temerario.

  • Pero, Señor Doctor -replicó uno.- Usted acaba de llegar, no puede emitir opinión sin haber visto lo que sucede.

  • Perfectamente -repuso el facultativo,- voy a producir una crisis; en seguida la tendremos.

Sacó su reloj y lo puso ante los ojos de Teobaldo, diciéndole:

  • Mira, pequeño; en la tapa de este reloj hay un pájaro grabado. Búscalo bien; si lo encuentras el reloj será tuyo.

Durante unos cinco minutos estuvo el niño mirando la tapa sin pestañear, y no encontró pájaro alguno, porque no lo había, sino otros dibujos y figuras.

El Doctor repitió la prueba con José, con el mismo resultado.

De ser cierta la opinión del Médico (!), la repetida prueba debía provocar en los niños una crisis nerviosa. No ocurrió así. Los niños siguieron tan tranquilos y el Doctor Krafft vio precisado a confesar que no se trataba de la enfermedad por él diagnosticada.

El Señor Antonio Zurbach, del Concejo, que se hallaba presente, cogió al Médico por el brazo y le hizo salir al corredor. Allí llenaron de agua dos vasos limpios. El Señor Zurbach dio al Médico otro vaso igualmente lleno de agua y le rogó que con la punta del dedo poniendo una gota del agua de este último vaso en cualquiera de los dos primeros. Así lo hizo. Luego le pidió que tomara esos dos vasos y los diera uno a cada uno de los niños, que siempre ardían de sed. Cogiéndolos con verdadero delirio. Teobaldo lo apuró de una vez; pero José, sin acercárselo siquiera a los labios, lo tiró al suelo gritando:

  • ¡Qué porquería!

El Doctor Krafft, completamente turbado, salió al corredor para examinar el contenido del vaso.

  • ¡Es raro -dijo,- si esta agua no tiene sabor alguno!

  • Ni que lo tuviese -repuso el Señor Zurbach.- ¡Si el muchacho ni siquiera la ha probado!

  • Entonces, ¿qué agua es esta? -pregunto el Médico

  • Es agua bendita -respondió el interpelado

  • No se de qué me habla -dijo el Doctor

Y sacando el reloj añadió, como si tuviera gran prisa:

  • ¡Caramba, debería estar ya en la Estación!

Y desapareció. Pero no le quedaban ya ganas de burlarse ni de hablar con ironía.

Mucho peor lo pasó el Maestro de Illfurt, Señor Miclos. Era el Instructor, el Jefe de los incrédulos. En la Escuela se mofaba constantemente de lo que ocurría en casa Burner, y, por último, llegó a decir:

  • ¡Bah! ¡Si no hay Demonios!

Días después marcho con sus dos hijos a ver a unos parientes suyos que vivían cerca de Colmar.

En el Champ-de-Mars de esta Ciudad se hallaban unos Soldados haciendo la instrucción. Ante ellos puso el Maestro y exclamó:

  • ¡Je suis Napoléon I, l´empereur des Francais!

Luego cogió un pedazo de papel y acercándose a uno de los soldados para condecorarlo. El infeliz había enloquecido. Lo llevaron al hospital de la localidad y después a Stefansfeld, donde estuvo un par de meses, pasados los cuales dieron por curado y volvió a encargarse de la Escuela de Illfurt.

Ocho días después encontraron cadáver en el desván de la Alcaldía. El pobre se había ahorcado. El Gendarme Werner cortó la cuerda y el Médico Doctor Foncelet, que había sido llamado, confirmó el suicidio.

Todo lo que queda dicho lo había anunciado el Demonio, que siempre mostraba júbilo por incredulidad del Señor Miclos. De modo que tales sucesos tuvieron como resultado la conversión de muchos, que en lo sucesivo fueron fervientes cristianos.

 

LA INFORMACIÓN EPISCOPAL

 

Monseñor Raess, Obispo de Estrasburgo, informado de todo lo concerniente a las dos infelices víctimas, permaneció largo tiempo escéptico. Mas cediendo por fin a reiteradas instancias, en especial del Canónigo Lemaire, Deán de Altkirch, el 13 de Abril de 1.869 nombró una comisión de tres Eclesiásticos para que abriesen una información minuciosa. Eran los Señores Canónigo Stumpf, Superior del Seminario Mayor, más tarde Obispo de Estrasburgo; Sester, Párroco de Mulhouse, y Freyburger, Párroco de Ensisheim, luego Vicario General de la Diócesis. Los tres se trasladaron a Illfurt.

“Por estar ausente el Señor Cura hicimos dar aviso -dicen en su informe- de nuestra llegada al Señor Alcalde, el cual vino en seguida a la Casa Rectoral y se ofreció a acompañarnos donde se encontraban los niños, sin preguntarnos quienes éramos.

Llegados a una casita completamente aislada del poblado, el Señor Alcalde nos rogó que diéramos la vuelta al edificio para ganar la puerta de entrada sin pasar por delante de la ventana en la que solían estar los muchachos. La puerta, cerrada al exterior, se abrió a nuestra llegada y fuimos recibidos por una mujer de unos cuarenta años, pobre, sencilla y abatida de tristeza: era la madre.

Hizo una seña al Señor Tresch para decirle bajito que los niños estaban allí. Entrados en una pieza contigua vimos, en efecto, a un muchachito ocupado en devanar carretes de algodón. -”Es el mayor” -nos dijo el Alcalde.- “¿Y el otro -añadió- dónde está?” La Madre respondió sorprendida: “Hace un momento estaba aquí; ¿se habrá escapado otra vez por la ventana?”

El Alcalde se puso a buscar al chico en la habitación de al lado y acabó por encontrarle debajo de una cama, de donde le sacó a viva fuerza para traérnoslo. El niño se resistió con extrema violencia y durante más de diez minutos consiguió escondernos su cara. El Señor Alcalde cerró la puerta que comunicaba las dos habitaciones y se quedó en el umbral para impedir que el muchacho se evadiese.

Entretanto, nosotros observábamos al mayor, que apenas levantaba la vista de su trabajo. Es un muchacho de trece o catorce años, completamente sordo, de porte modesto y calmado, de mirada sencilla y franca, de rostro ingenuo; pero con aire de languidez y tristeza. Pasados algunos instantes de muda observación, saqué de mi bolsillo una Medalla bendecida por el Papa y la ofrecí al pequeño, cuyo carácter contrasta penosamente con el de su hermano. Es un diablillo que no piensa más que en distraerse y jugar. Mantiene la cabeza constantemente baja y nunca mira a nadie cara a cara. Su fisonomía es la de un picarillo que nada toma en serio y sólo desea hacer travesuras. Es indócil, burlón y tan insensible al trato cariñoso como a los regaños.

A este presenté primero la Medalla, Mas apenas la hubo visto con el rabillo del ojo, retrocedió de espaldas tanto como pudo, y, al verse detenido por la pared de un puñetazo me hizo caer la Medalla de la mano y hasta pareció que quería servirse de las piernas para defenderse. El Señor Alcalde recogió la Medalla y quiso hacérsela besar, lo que dio lugar a un incidente muy sensible: el niño, mientras luchaba con fuerza con el Alcalde, hacía muecas horribles y se contorsionaba como picado de la tarántula cada vez que la Medalla le tocaba el cuerpo; parecía que sintiese el contacto de un hierro candente.

Al mayor esta escena le dejo impasible, sólo una o dos veces dirigió una mirada indiferente a su hermano acorralado. Momentos después cogí la Medalla de manos del Alcalde y la ofrecí a Teobaldo.

Inmediatamente este, tan quieto hasta entonces, tiró los ovillos y retrocedió asustado. Su rostro se enrojeció como púrpura, comenzó a respirar con fuerza y sus ojos se le turbaron. No obstante, como viese que yo insistía en hacerle tomar la Medalla, pronto se calmó, recogió los objetos que había tirado, los guardo en una cajita y fue a sentarse tranquilamente detrás de la mesa.

Sentándose a su lado el Señor Cura de Ensisheim y en el mismo instante enrojeció de nuevo y retrocedió al otro extremo del banco tocando a la pared.

Cuando vio que no le seguían, se puso a jugar maquinalmente con pedazos de papel que encontró sobre la mesa y a atormentarse los dedos con las uñas, mostrándose preocupado y como temeroso de que volviéramos a importunarle. El Alcalde le echó en los dedos algunas gotas de agua bendita y el niño volvió a agitarse con violencia. Quería huir, mas, como no encontraba salida, se dejo caer debajo de la mesa para esconderse. De allí le sacó el Alcalde y lo puso delante de nosotros en otro banco, a los pies de una cama, a mi lado. De un salto se precipitó el niño al extremo opuesto para librarse de mi proximidad, y otra vez calmándose se volvió de espaldas a los pies de la cama.

Una modesta cortina azul colgada del techo tapaba esta cama. Queriendo yo someter al muchacho a una nueva prueba, pedí al Señor Cura de Mulhouse que de detrás de la cortina le echase agua bendita sin que le viera. Así lo hizo el Señor Cura y el niño volvió a mostrarse inquieto, como si sintiera el peso de un dolor desconocido y misterioso.

Saqué entonces de mi brevario una estampita y aparenté dársela al niño; este me rechazó violentamente y sólo pude acercarme a el cuando el Alcalde le tuvo fuertemente cogido entre sus brazos. Poniéndole la estampita sobre la cabeza; pero se la hizo caer en seguida, y esta prueba pareció haberle causado gran fatiga. Se secó el rostro con los dos brazos a tiempo que respiraba con esfuerzo.

Mientras tanto, José salió por la ventana para ir a jugar con sus hermanos y hermanas delante de la casa.

Su Madre nos dio algunos detalles. Son, nos dijo, los mayores de nuestros seis hijos. Siempre habían sido muy dóciles, en especial el mayor, y frecuentaban la Escuela con gusto. Precisamente cambiaron de conducta un día al volver de la Escuela; no quisieron rezar ni tocar objetos de piedad. Desde hace mucho tiempo sufre el mayor frecuentes convulsiones, que se apoderan de el ordinariamente a las diez o a las doce de la noche. Durante tales accesos cambia de voz y pierde el sentido. Una voz extraña, gruesa voz de hombre, habla entonces por su boca, sin que el niño mueva los labios. Esta voz responde siempre en Alemán a las diferentes preguntas que se le dirigen, ya en Alemán, ya en Francés, ya en Latín. Las personas o los objetos de los cuales se le habla, los designa casi siempre con sobrenombres o con palabras, por regla general, groseras o odiosas...

Los tres Miembros de la Comisión Episcopal dejaron a los niños a mediodía, convencidos del estado muy anormal de éstos. Propusieron alejarlos de Illfurt tanto para poner término a la agitación que el caso producía en esta localidad y poblaciones circundantes, como para poder averiguar mejor la naturaleza de tales fenómenos. Diciéndose que el Prefecto del Alto Rhin autorizaba a aquel Municipio a imponerse los sacrificios necesarios para colocar a los niños en algún Instituto, y el Señor Alcalde de Illfurt afirmaba que los padres no se opondrían a ello si les aseguraba que las pruebas a que debía someterse a los niños no les causarían a éstos sufrimiento.

Monseñor Stumpf propuso colocarlos en un Establecimiento de Religiosas de Estraburgo, en el que podría comenzarse el Exorcismo, y el Rdo. Spitz ofreció el Orfanato de San Carlos de Schiltigheim, perteneciente al Convento de Todos los Santos.

Cuando la Comisión se hubo marchado, Teobaldo contó al Señor Tresch de dónde procedían los tres Eclesiásticos que la componían: de Mulhouse, de Ensisheim y de Estrasburgo. -El primero dijo- no cree mucho en eso; pero los otros dos tienen opinión bien determinada. Temo principalmente al de Estrasburgo que el Capigorrón (el Obispo) ha enviado a Illfurt. Pero ya le daré qué hacer.

El Señor Marula, Vicario General, fue de parecer que de momento sólo debía llevarse a Schiltigheim a Teobaldo, el mayor. Allí estuvo éste seis semanas bajo la Custodia de las Hermanas del Establecimiento, hasta que sonó para el la hora de la liberación.

Mucho tiempo antes se había proyectado una información oficial, mas no pudo llevarse a efecto por virtud de circunstancias especiales. Satanás lo había predicho. Un día que el mayor fue presa de violenta crisis, el Señor Tresch le preguntó en presencia de los Señores Spies y Martinot:

  • Di, ¿dónde has estado hoy?

  • ¡Oh! No creas que haya perdido el tiempo; he estado en Estrasburgo -respondió el Diablo

  • ¿Qué has hecho allí?

  • He engañado a cinco curitas

  • ¿Cómo?

  • ¡Toma! Me he puesto una sotana y así he conseguido engañarles

Estos Señores supieron más tarde que el Obispo había ordenado se abriese una información oficial y que el Sacerdote que debía practicarla no estaba satisfecho del encargo. Presentándose en Illfurt, pero no vio a los niños, ni franqueó siquiera el umbral de la casa Burner. Fracasó, naturalmente, el proyecto, lo que fue beneficioso para la causa del Diablo.

Una buena mujer se presentó en el Convento de los PP. Redentoristas de Landser para repetir su confesión general, hecha anteriormente. Decía esta mujer que habiendo visitado a los endemoniados de Illfurt observó que el Diablo parecía estar contenta de ella, lo que le produjo desazón por pensar que no tenía la conciencia en regla.

Un Sargento de Gendarmes, que desde hacía mucho tiempo había perdido la Fe por culpa de las malas lecturas, iba de vez en cuando a la casa los Burner con el Señor Tresch. Siempre que se encontraba allí, el Demonio se mantenía oculto sin dar la menor muestra de su presencia, de manera que el incrédulo llegó a adquirir el convencimiento de que todo lo que se contaba no era más que una despreciable farsa. Pero cierto día que los pobres muchachos sufrían una crisis violenta, el Alcalde fue a buscar al Sargento para que le acompañase. Aquella atroz escena le impresionó tanto que, de vuelta a su casa, dijo a su esposa que estaba resuelto a cambiar de vida y que en adelante sería un fervoroso creyente. Y como lo propuso lo cumplió. A partir de aquel día frecuentó la Iglesia cuanto se lo permitieron las necesidades del servicio y cada mes recibió los Santos Sacramentos.

 

INFORME DEL GENDARME WERNER

 

Sobre la tan trágica historia de los dos niños endemoniados de Illfurt existen documentos muy interesantes, entre los cuales unas notas dejadas por el Profesor Lachemann, de los Fréres de Marie de San Pilt, conservadas hoy en el Colegio de Santa María de Roma, y el detallado informe del Sargento de Gendarmes de Illfurt, tal como éste iba remitiéndolo a la Prefactura de Colmar y a la Subprefact

ura de Mulhouse.

El Sargento, Señor Werner, cuando tomó posesión de su cargo en Illfurt era completamente incrédulo; pero como era hombre que buscaba sinceramente la verdad, la observación atenta de los sobrenaturales acontecimientos de casa Burner y una devota peregrinación a Lourdes le dieron otro modo de pensar, de manera que cuando se retiró a Vesoul era un Cristiano modelo.

Confió las notas que tomaba a un amigo suyo; en parte las damos aquí, haciendo constar que al ser divulgadas despertaron vivo interés no sólo el Alsacia, sino en otras regiones; todo el mundo deseaba detalles de la dolorosa crisis de los pobres niños.

Corría el mes de Noviembre de 1.868. Los Gendarmes de Illfurt comunicaron al Sargento Werner que la gente se aglomeraba otra vez dentro y ante la casa de Burner, con el deseo de presenciar las manifestaciones diabólicas en los pobres endemoniados. Inmediatamente se traslado allí el Señor Werner y vio con sorpresa que los niños tenían expresión abobada y temerosa, contra lo que otras veces había observado, pues siempre les había visto alegres, divertidos y con cara de inteligentes.

Preguntó entonces al Señor Burner qué les pasaba a los muchachos, y contesto aquél que los creía embrujados. El Sargento se hecho a reír:

  • No sea usted bobo -le dijo;- mande que llamen al Médico y verá como éste los cura.

Iba a retirarse el Señor Werner y uno de los presentes le rogó que esperase un poco, porque iba a empezar la crisis. Accedió. En efecto, unos momentos después gritó Teobaldo: -¡Aquí está, aquí está!- y en seguida empezó a hinchar el vientre de un modo sobrenatural; le silbaba el aliento y su pecho subía y bajaba como fuelle de herrero.

El Sargento apretó con fuerza el pecho y el vientre del niño para detener este movimiento; un Señor del Concejo que se hallaba presente le ayudó, y luego hicieron lo mismo tres o cuatro más. Al cabo 

de un rato ocupó el puesto del Señor Werner ...

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